viernes, 6 de febrero de 2015

Clara y Facundo

(Mi amor no es un juego que puedas aprender a jugar)


María Clara Pizzio llegó al mundo hace casi veinticinco inviernos, en el medio de una helada madrugada de Junio, impaciente por poner sus pies sobre la tierra, haciendo que mamá Isabel llegara al hospital antes de tiempo.

Con su pelo rubio, que llegó como una pelusa, pero ahora usa hasta la mitad de la espalda, sus ojos claros, como su nombre,  y su sonrisa, esa que apareció en el medio del llanto, cuando la acercaron a los brazos maternos que conocía como su casa, todos entendieron que iba a ser la encargada de abrigar los corazones congelados.

Incluso el de su hermana Adelina, que no había querido saber nada de la vida que se gestaba dentro de la panza de mamá Isabel, pero había sido la tercera (porque el segundo fue papá Guillermo) en tener entre sus brazos a la nueva integrante de la familia.

María Clara, o Clari, pero únicamente para los amigos, había crecido para ocupar el lugar de hermana menor, mayor, y la del medio también. Porque mamá Isabel y papá Guillermo se encargaron de traer al mundo a Ana Paula y Valentina también.

Por momentos se llevaban medio a las patadas, porque una casa donde hay mayoría de mujeres no augura buena convivencia, pero el resto del tiempo sabían que no podían vivir la una sin la otra. La complicidad que compartían entre hermanas, para cubrirse por cualquier cosa, era algo que no compartían con nadie más.

Ese fue el principal motivo por el cual Clara derramó algunas lágrimas cuando su hermana armó las valijas para anunciar que se iba.

Algunos años más tarde, ella misma iba a seguir los pasos de su hermana mayor. Abandonaba su Chajarí natal para perseguir el sueño de convertirse en una contadora de la gran ciudad.

Un mes y pocos días más tarde, cuando el frío era aún más fuerte, Facundo Conte había decidido que, finalmente, era de abandonar la panza de mamá Sonia para salir a derretir corazones. Se había tomado su tiempo, y su familia lo esperaba impaciente, aunque fue paz lo que abundó en el instante en que abrió sus ojos color avellana al mundo.

A más o menos cien kilómetros de distancia, Clara estaba durmiendo plácidamente, sin tener idea de que Facundo había llegado al mundo. Y se mantendría en la ignorancia existencial por algunos años más, hasta el día en que su abuela llegara a su casa con la gran noticia.

Facu para los amigos, se había sentido cómodo ocupando su lugar de hijo único, hasta que Manuela irrumpió en sus vidas y no le quedó más opción que aprender a compartir, y también a celar. Había aprendido a ocupar el puesto de hermano mayor, y había hecho un master en guardabosquismo.

Desde siempre había amado los deportes. Siempre estaba metido en alguna actividad, pero no había perdido la paz con la que había llegado al mundo, y es por eso que se tomaba su tiempo para todo. Para poder inundarse de cada uno de los deportes. Aprendía sus reglas, las mejores estrategias, y hasta se aprendía equipos y jugadores. Años más tarde iba a descubrir que también amaba a las mujeres, y que dominaba el arte del chamuyo.

A los doce descubrió que lo que lo hacía más feliz en esta vida era el volley y supo que eso era lo que quería hacer para el resto de su vida. El ejemplo lo había sacado de papá y entrenador Hugo, que no solo lo preparaba para la cancha, sino también para la vida.

Fue a los dieciséis cuando, envuelto en los brazos de mamá Sonia, anunció que lo habían convocado para un club de Buenos Aires. Mamá Sonia lloraba, porque en sus ojos veía el mismo brillo que tenía papá Hugo cuando de su deporte amado se trataba, y era muy consciente de que no podía hacerlo renunciar a su sueño.

Esa misma semana, armó sus valijas y se fue a vivir a la casa de sus tíos, en un barrio súper paquete de capital, aunque él no tuviera ni idea de dónde estaba parado. En ese entonces, lo único que tenía claro era que quería dedicar su vida a ese deporte que había despertado una gran pasión.

Más o menos a esa misma edad, Clara también descubría el amor. Pero no por un deporte, sino por un chico. Perfil bajo, conocido, porque en Chajarí todos se conocen con todos, y buena gente. Justamente porque esta historia no habla de primeros amores, fue Diego y no Facundo el encargado de hacerle descubrir cómo se sentían las mariposas en la panza.

Mientras su relación se afianzaba, y Clara se imaginaba todo un futuro de la mano de Diego, Facundo descubría que su sonrisa, su pelo castaño relativamente corto y su barba de algunos días constituían un combo al que, por cincuenta centavos se le sumaba el chamuyo, haciendo que todas suspiraran por él.

Sin embargo, por mutuo acuerdo, Clara y Diego decidieron soltarse la mano, porque andaban con ganas de transitar caminos diferentes. Facundo había conocido a Helena, y se habían separado por decisión de ella y culpa de él, que no lograba sacarse el parche del ojo.

-¿No es emocionante que haya una estrella por estos pagos?-Esa es la abuela de Clara que, mate de por medio, está poniendo al día a su nieta, que aprovechó el fin de semana largo para volver a sus raíces.

-¿De quién hablás?-Valentina no puede creer que se haya perdido semejante chisme, y necesita que el misterio le sea develado. Clara ríe, porque disfruta de volver a sentir ese toque cotidiano que no tiene en su departamento de la gran ciudad.

-De Facundo, el hijo de Sonia, nieto de Carmencita, la hermana del ferretero de la otra cuadra-Ese es el mecanismo que utilizan para reconocer a la gente. Todos están definidos y ubicados por sus vínculos, y cuando lo más probable es que nunca en sus vidas se hayan visto, tanto Valentina como Clara son capaces de ubicar de quién se trata.

-Ah, sí, algo escuché-mamá Isabel se suma a la charla, acaba de terminar de tender la ropa-¿Está en la selección?-Pregunta porque ya está un poco más interiorizada.

-¡¿Es jugador de fútbol?!-Grita Ana Paula desde su computadora. Aunque se haga la que no escucha, mantiene una oreja parada.

-¿Me saliste botinera?-Pregunta mamá Isabel entre escandalizada y divertida.

-Ah, no…-Agrega desilusionada, es más rápida y en vez de esperar a que le respondan, lo googlea-Juega al volley. Es re tu onda, Clari-Agrega.

Clara se gira, porque está de espaldas a la pantalla, y se choca de frente con una foto de Facundo Conte en su uniforme deportivo. Sonríe tan inmenso que parece el gato de Alicia en el país de las maravillas y su hermana se le ríe en la cara.

-No podés más de babosa-La acusa.

-Él no puede más de lindo-Le retruca.

Mientras en la mesa siguen hablando, a Ana Paula se le prende la lamparita y no tiene mejor (o peor) idea que twittear desde la cuenta de su hermana, lo que acaba de decir, y para rematarlo, lo menciona. Porque Ana Paula tiene de caradura lo que tiene de morocha, que es básica y absolutamente nada.

El sábado sigue sin ningún tipo de sobresaltos. Es recién el domingo cuando la protagonista de esta historia amanece que pone el grito en el cielo y el corazón se le va a la boca. Lo primero que hace apenas abre los ojos, es agarrar el celular que dejó en la mesita de luz antes de quedarse dormida la noche anterior, y cuando lo abre, descubre que tiene una notificación de la red social del pajarito.

“@FacundoConte ha marcado como favorito su tweet”. Tarda en despabilarse lo que tarda en leer esa oración. La relee, porque cree que hay algo que está mal, pero cuando toca la pantalla con su dedo índice, efectivamente Facundo Conte ha marcado un tweet escrito bajo su nombre pero no por sus manos.

En la casa de la familia Pizzio está a punto de declararse la guerra o el amor fraternal, mientras que en capital, Facundo no pudo viajar a visitar a su familia, porque tenía entrenamiento, es por eso que se había levantado tan temprano ese domingo medio nublado. Sus ojos se habían abierto antes de tiempo, todavía tenía algunos minutos para disfrutar de la comodidad de su cama antes de que sonara la alarma, pero ya no tenía sueño, por lo que decidió revisar su celular.

Tenía una mención de una chica que no había visto en su vida, pero que le había causado gracia. Estaba acostumbrado a que las chicas suspiraran por él, pero esto de recibir un comentario tan directo sin haber hecho nada era algo que no había experimentado hasta el momento.

-Favorito-Canturreó divertido, con su voz de dormido-A ver a Clarita…

Dedicó los minutos previos a la alarma a revisar el twitter de la chica que lo había mencionado, pero no logró obtener mucha información, lo único que sabía a ciencia cierta era que le gustaba Abel Pintos, porque estaba por todas partes. Apenas tenía algunas fotos en las que no estuviera él y sí ella.

-Una loca linda-Se dijo a sí mismo, mientras dejaba su celular para poder empezar a prepararse.

Vuelve a ser fin de semana, pero esta vez Clara está en la capital del conurbano bonaerense. Sonríe de oreja a oreja porque es viernes y su sonrisa se ensancha aún más cuando recibe un mail del profesor anunciando los promedios finales de la cursada, y junto a su apellido descubre un “promocionado”.

Todo cierra para que esa noche sea motivo de festejo, por lo que agarra su celular y se pone en contacto con sus amigas de la capital. “Hoy se sale fuerte” anuncia en el grupo de Whatsapp que tiene con ellas.

No hace falta que explique los motivos, porque sus amigas no tardan en sumarse a la salida. En menos de diez minutos ya tienen la noche programada: Picada en el departamento de Clara y bolichito de la zona.

Cuando sus amigas llegan, se acomodan en la mesa. El mate familiar de hace algunos fines de semana atrás se transforma en un fernet con amigas, pero la charla se mantiene, porque el propósito principal de todo eso es poder conversar y ponerse al día.

La rubia aprovecha para contar en voz alta el episodio twittero de su fin de semana en Chajarí. Incluyendo la emoción y sin dejar de lado la pelea que siguió con su hermana por haber escrito cosas en su nombre y sin su permiso.

-Pero me favoriteó ¿Entendés?-Y la emoción le sigue a flor de piel.

-¿Favoriteó? Se dice faveó amiga-Le explica Catalina, que se ríe de la emoción de su amiga.

-Te dejó loquita-Agrega Manuela, con su celular en mano-¿Arroba Facundo Conte era?

-¿Qué le vas a poner?-Pregunta curiosa la rubia.

Manuela no le responde porque el celular de Clara es más rápido y habla por ella. Toda la sangre que recorre el cuerpo de la dueña de la castaña va a parar a cara, poniéndola tan roja como un tomate.
“@FacundoConte La dejaste loquita a mi amiga @ClaraP”

-¡Sos una yegua!-Se queja riendo nerviosa.

Están a punto de abandonar el departamento para poder ir a disfrutar de la música que ofrece el boliche que eligieron para esa noche cuando la pantalla del celular de Clara se vuelve a iluminar.
“@FacundoConte ha marcado como favorito un tweet en el que has sido mencionado”

La sonrisa se extiende por su cara y mientras Catalina le roba el celular para poder ver lo que la puso así, Manuela se ríe mirando la notificación desde el suyo.

-De nada-La burla.

Clara se muerde el labio, haciendo el gesto de qué hambre y antes de que cualquiera pueda decir algo más, les cambia el tema, y las obliga a poner atención en los autos que pasan, en busca de un taxi libre que las pueda llevar a destino.

Es viernes, y aunque no pudo volver a su pueblo natal, sonríe al aire porque al otro día no tiene entrenamiento y puede salir a disfrutar de la noche porteña con sus amigos. Larga una risita cortita cuando su celular suena, y en vez de ser sus amigos, es una notificación que le indica que tiene una nueva mención en Twitter y ve que involucra a “la loca linda” y no duda en marcarlo como favorito.

Agradece mentalmente a los medios cuando, gracias a que se está volviendo una figura bastante
pública, lo dejan pasar sin fila, sin pagar y con algunos tragos por cuenta de la casa. Y no solo a él, sino también a sus amigos. No se imagina cómo puede algo superar esa noche.

Camina canchero, como si fuera dueño y señor del lugar, aunque sea la primera vez que pisa ese boliche. Sabe muy bien que la actitud es fundamental, y que la primera impresión es clave. Sonríe aún más, y de costado, desfachatado, cuando entiende que su entrada triunfal surtió efecto y siente algunas miradas del sector femenino sobre él.

Sin embargo, como para todo, se toma su tiempo. Mientras Tomás, su mejor amigo de toda la vida que aprovechó ese fin de semana para ir a visitarlo, se desespera por salir a hablar con cuanta porteña le sonría, él se acerca a uno de los sillones de la mesa que les asignaron en el VIP.

Deja que su amigo vaya de cacería y se queda con Nicolás, que lo acompaña con el champagne que acaban de apoyar en la mesa. Desde su lugar, hace un paneo de la escena, se toma su tiempo para escanear a todos los cuerpos que se mueven a su alrededor. Todavía no decidió quién va a ser su partido de la noche, pero es que recién empieza.

Cuando el reloj marca las cinco y media de la mañana, Clara está entre cansada y sedienta. Se bailó todo y un poco más con sus amigas, y en el lugar hace un calor sofocante. Les pide que la esperen donde están ubicadas, que ella se va a acercar a la barra a conseguir un vaso de cerveza.
Se abre paso entre la gente, y rechaza a algún que otro ebrio que la agarra de la mano hasta que finalmente llega a la barra. Lo único que tiene que hacer es esperar que el barman haga contacto visual con ella.

El reloj marca las cinco y cuarenta de la mañana cuando a Facundo finalmente le entregan el vaso de fernet que se acercó a comprar a la barra. Bufa, porque aunque a él le abunde la paz, le molesta haber pasado los últimos veinte minutos de su vida tratando de hacerse notar por el chico que está del otro lado de la barra. Se gira con su vaso en mano y sonríe.

-Yo te conozco a vos.

Lo dice en voz lo suficientemente alta como para poder ser escuchado por arriba de la música. Se ríe al ver la reacción de la persona que tiene al lado, la misma a la que le acaba de hablar. Está colorada de pies a cabeza y sorprendida.

Facundo no sigue hablando, se toma su tiempo para observarla de pies a cabeza, dos veces, sin ningún tipo de disimulo. Disfruta de lo que ve.

-Sos la fanática de Abel-Agrega, y Clara se pone todavía más colorada. Facundo se ríe en voz alta-Aparentemente sí te dejé loquita-Finaliza canchero.

Pizzio 0 – Conte 1

El problema es que por más lindo y favoriteador que sea, a Clara no le gustan los cancheros. No puede negar que por un momento tuvo el corazón latiéndole a mil por hora, pero a ella, que vino tan apurada al mundo y que de pasiva no tiene nada, le salta la térmica bastante rápido.

-¿Te parece que vos me dejaste loquita a mí? ¿Por casa cómo andamos, stalker?

Pizzio 1 -  Conte 1

No se achica para hablar. Lo enfrenta y eso hace que Facundo sonría aún más. Se habrá demorado un poco, pero decide que Clara es el partido que quiere jugar esa noche, aunque si quiere ganar, tiene que apurarse y hacer su saque, porque el tiempo corre.

Está a punto de hablar cuando un grupo de chicas lo reconocen y le piden una foto. Clara no se ofrece a sacarla, y las chicas tampoco le piden, por lo que da media vuelta, con su vaso de cerveza en mano y empieza a caminar de nuevo hacia donde Catalina y Manuela la están esperando.

A mitad de camino, Facundo logra alcanzarla y la agarra del brazo, haciéndola girar. Ella está preparada para soltar una puteada, ya no se sorprende cuando ve que es él, pero se limita a poner sus ojos en blanco. Él no la suelta, porque no quiere quedarse con la palabra en la boca por segunda vez.

-Me gusta más cuando me dicen Facu.

-A mí me gusta más cuando no se me vienen a hacer los César.

-¿César?-Pregunta él. Confundido. Se la deja picando. Y Clara sonríe victoriosa.

-Por lo banana, Pueyrredón.

Facundo se vuelve a reír, y aunque Clara se haga la otra, el corazón se le salta un latido cuando lo escucha reírse. Aprovecha ese instante para poder mirarlo como se debe, porque su cabeza está maquinando de manera tan acelerada que todavía no cae en la cuenta de que está parada delante de Facundo Conte.

Definitivamente disfruta lo que ve. El tipo sabe qué ponerse para recibir miradas. La descubre a ella mirándolo, y deja pasar unos segundos antes de poder responderle. Con ese pequeño detalle siente que el partido se dio vuelta y lo que estaba en empate ahora él lo va ganando.

-No te imaginaba tan polvorita.

-¿Después de esa declaración seguimos asumiendo que vos me dejaste loquita a mí y no al revés?

Le remata y lo vuelve a dejar con la palabra en la boca. Esta vez la deja alejarse, es importante saber cuándo es momento de una buena retirada, y este es uno de esos momentos. A pesar de que planea ir en busca de la revancha, aunque no sabe cuándo, ni cómo, mucho menos dónde. De cualquier manera, tiene la sonrisa de la victoria plantada en la cara, y mientras se acerca a la mesa donde están sus amigos piensa que podría haber aceptado un “y viceversa”, en vez del “Al revés”.

Manuela le pregunta qué es lo que la hizo demorar tanto, y cuando Clara lo cuenta, la burlan, porque esas cosas solo pasan en las novelas, pero cuando les aclara que no está jodiendo y su cara demuestra que está hablando con seriedad, no lo pueden creer.

-¿¡Y QUÉ HACÉS QUE NO LE ESTÁS HACIENDO PATITA AL HOMBRO EN ESTE MISMO INSTANTE NENA!?-Esa es Catalina.

-Es un agrandado-Les asegura, restándole importancia.

Los minutos siguen transcurriendo, y aunque Clara haga parecer que se está divirtiendo y bailando con sus amigas con la mente despejada, en realidad está repitiendo una y otra vez la escena en su cabeza. Es que incluso a ella le cuesta creer la situación que acaba de vivir.

Se arrepiente de su reacción y se putea internamente por lo polvorita que es, aunque sea su esencia. Tiene miedo de haber perdido la oportunidad de conocer a Facundo Conte, el que ella se había idealizado y que, en el fondo, cree que existe pero que ella no dejó aparecer.

Porque si en esta historia alguien va a ocupar el rol de stalker es ella, que se pasó las tardenoches que tuvo libres desde aquél fin de semana en Chajarí  chusmeando y recolectando tantos datos sobre Facundo como le fuera posible. Y no había ni un solo comentario que lo hiciera parecer un agrandado.

Dos semanas pasaron desde el incidente sin nada que recalcar. No hubo tweets, ni favoritos, ni menciones. Nada. Vacío total, aunque la cabeza de la rubia está llena de cosas. Es miércoles a la mañana, no le toca cursar pero quiere empezar a preparar otro parcial. Sabe que dentro de su departamento no va a lograr concentrarse, porque hasta sus paredes le resultan entretenidas en época de estudio, así que decide ir a un Starbucks y sentarse a leer con café de por medio.

Facundo se levanta más temprano de lo que le gustaría, pero ya no puede volver a dormirse, aunque lo intenta. Frustrado decide armar el bolso que va a llevar al entrenamiento que tiene dentro de unas horas y abandona el departamento al que se mudó hace cuatro años cuando se creyó lo suficientemente adulto como para poder sobrevivir sin sus tíos.

Tiene un poco de tiempo para matar y opta por adentrarse en el Starbucks de la esquina de su casa. El lugar está prácticamente vacío, y aunque tiene un montón de mesas para elegir, se acerca sonriente al fondo. A una de las mesas que está en la esquina, contra el ventanal. Y que está ocupada.

-Vengo en son de paz.-Avisa con su voz de dormido, porque aunque se haya levantado, todavía no se
despierta del todo-No me gusta desayunar solo, ¿Me puedo quedar?

Clara levanta la vista de sus apuntes para encontrarse con un Facundo completamente diferente al que vio la noche del viernes. Se nota que no está de levante, y ella reprime la sonrisa que atenta con salir. Definitivamente le gusta más este look. Con su ropa deportiva de la selección, su cara de dormido, y los rayban de sol que acaba de apoyar en la mesa, junto con su café.

No emite sonido, pero permite que su sonrisa salga a la superficie. Para Facundo es respuesta suficiente, porque se acomoda en la silla libre de la mesa para dos. No le habla, porque la nota concentrada leyendo y le gusta la mueca que hace, frunciendo el ceño, tratando de entender. La mira algunos  instantes, pero se detiene antes de parecer un acosador. En cambio, destina toda su atención al diario del día que algún alma caritativa dejó en la mesa contigua.

Cuando la rubia termina uno de los capítulos del libro, mira su reloj y sus ojos se le abren como platos. El tiempo se le pasó demasiado rápido, debería estar camino a su trabajo, pero no. Sigue sentada ahí.

-Se me hizo tardísimo, me tengo que ir, no llego, no llego.

Habla acelerada, más para  sí misma que para cualquier otra persona. Está a medio camino entre pararse y quedarse sentada, tomando el resto de su café a las apuradas y tratando de guardar todos los apuntes en la cartera. Facundo la mira divertido, sin moverse de su lugar.

-¿Querés que te alcance?-Le pregunta calmo, sin borrar su sonrisa.

Es recién en ese momento que cae en la cuenta de que acaba de cruzarse por segunda vez con Facundo Conte y que acaban de compartir un desayuno. O mejor dicho, la mesa del desayuno.

-¿No te jode?

Él niega y se pone de pie. Le abre la puerta, para dejarla pasar, y la guía hasta su auto, donde también le abre la puerta, y aunque no quiera admitirlo, un poco se derrite ante el gesto. Sobre todo porque se siente natural, como si Facundo abriera todas las puertas para todas las personas, y no como que la deja pasar porque quiere levantarla. Sonríe ante el pensamiento.

El castaño lo nota, y también sonríe. Quizás acaba de ganar su revancha, aunque increíblemente no está pensando en términos de partido. De hecho, no está pensando en absolutamente nada que no sea lo divertido que le resulta la escena, con las ganas de sonreír que eso le genera.

Clara pasa el resto del día con una sonrisa plantada en la cara, que se va ensanchando a medida que toma conciencia de los acontecimientos.  Lo primero que hace apenas sale de trabajar es mandarles una nota de voz a sus amigas. Una mezcla entre grititos de emoción y el relato, que no tarda en generar repercusiones.

Es domingo y son las últimas horas que Facundo pasa en Concordia, junto a sus padres. Tanto tiempo en el lugar de los porteños lo hicieron perder la costumbre de las siestas, por lo que es el único que está despierto en esos momentos.

Aprovecha para ponerse al día con las redes sociales. Responde algunos mensajes, sube algunas fotos, lee un poco, y entre todo eso, se le ocurre buscar a Clara. Y se da el lujo, no solo de empezar a seguirla, sino de mandarle una solicitud de amistad en Facebook.

Es domingo y ya no le queda nada por hacer. Terminó de cenar y lavar los platos y pasó la tarde limpiando su departamento, así que decide que es hora de su merecido descanso.

Se acerca a la computadora para chusmear qué novedades hay en las redes cuando descubre que tiene una nueva solicitud de amistad. Con la foto en miniatura no lo reconoce, pero cuando lee el nombre larga una risita nerviosa. Inmediatamente hace click sobre su nombre y va directo al espacio asignado para dejarle una firma. Teclea rápido y manda sin esperar una respuesta.

Facundo acaba de entrar en su departamento y tarda un rato en desprenderse de la sensación de extrañeza que le agarra al volver a Buenos Aires después de haber pasado los últimos cinco días de su vida en casa de sus padres. Se acuesta, porque su lunes arranca antes de que salga el sol, lo llamaron como invitado para Pura Química y empiezan a grabar desde temprano.

Sin embargo tarda un rato en dormirse, da vueltas, porque aunque no lo admita, está un poco nervioso. Frustrado agarra su celular. Quiere calcular cuántas horas de sueño le quedan y descubre que tiene una notificación de Facebook. Larga una carcajada que resuena en toda la habitación tras leer la publicación de Clara en su muro: “STALKER.” Así, con mayúsculas y punto final, porque es determinante cuando lo dice, o por lo menos así lo imagina él.

El miércoles de la semana siguiente, sin haberlo arreglado, se suceden la misma secuencia de hechos. Clara se sienta en la mesa del fondo, con café y apuntes y minutos más tarde entra Facundo, con café y diario robado de la mesa de al lado. Esta vez no le pide permiso para sentarse sino que se acomoda directamente, como si llevaran desayunando juntos desde siempre.

Siguen sin intercambiar palabras, apenas una sonrisa de parte de ella, a modo de saludo y una de él en respuesta. Clara no se atrasa pero igualmente él la alcanza al trabajo. No se ofrece sino que lo hace directamente. Se pone de pie en el instante en que ella termina de guardar todo y la sigue por el largo pasillo hasta la puerta.

-Acá-Habla por primera vez. Clara lo mira extrañada, porque le está señalando en dirección opuesta a su trabajo, pero reconoce el auto.

-Estoy bien de tiempo-Le contesta.

-Ya sé-Le sonríe él mientras espera que ella gire del todo su cuerpo y lo siga hasta el coche.

Cuando lo hace, una vez que entiende que están juntos nuevamente, en su auto, se permite sonreír un poco más y ella, al notarlo, sonríe de vuelta. De esa manera empieza una rutina no planeada de desayunos en Starbucks.

Pasan algunas semanas hasta que finalmente Clara se libera de sus obligaciones académicas, se la nota más relajada. No tiene un café sino un chocolate caliente y sustituye sus apuntes por el celular y los auriculares. Él ya está en el lugar, de espaldas a la puerta y no la ve sonreír cuando lo descubre ahí sentado. Ese es el primer miércoles que mantienen una conversación.

-Este Facundo me gusta un poco más-Suelta ella, tomándolo por sorpresa, estaba tan concentrado en el diario que no la siente llegar.

-O sea que aunque te hagas la que no, el otro un poquito te gustó-Le dice con su sonrisa de costado, la que usa cuando sale de levante.

-O sea que sos un tarado-Le contesta ella, poniendo los ojos en blanco, pero sin poder evitar reírse un poco.

A partir de ahí se desencadena la charla y a la rutina se suma que cada miércoles él la lleva hasta su trabajo, sin preguntar y sin pedir.

Hablan de todo y de nada, y Clara descubre que el Facundo que a ella le gustaba está todo en la superficie y no muy en el fondo, como pensó después de su encuentro en el boliche.

Llevan más de un mes hablando casi a diario, porque Facundo rompió el hielo y le pidió su número de celular para “poder controlar que no faltes al desayuno” pero en realidad lo usó para hablar un poco más, porque un jueves a la mañana descubrió que no le alcanzaban las dos horas semanales.
Para esa altura prácticamente ya se sabía los horarios de Clara de memoria. Ese es el motivo por el cual estaciona el auto en frente del trabajo de la rubia, dos minutos antes de que ella saliera por la puerta con su jornada laboral finalizada.

-¿No salías con Nicolás vos?-Le pregunta sin entender qué hace ahí.

Después de recibir algunas cargadas de parte de sus compañeros de trabajo, se acerca al auto colorada y confundida. Lo ve de casualidad, sonriéndole con la ventana baja y da por asumido que la fue a buscar a ella. Está en lo correcto.

-Sí, pero me dijo que no podía así que decidí armar otros planes.

-Mirá que y no soy la segunda opción de nadie-Lo dice con tono de enojada pero no se baja del auto sino que se acomoda todavía más.

Ese viernes cenan juntos, algo totalmente nuevo y aunque es una velada tranquila, el revuelo se arma a mitad de semana, cuando una revista decide publicar una colección de fotos de los dos desayunando, para cerrar la nota con una de ellos cenando el viernes.

El escándalo mayor lo arman las hermanas Pizzio, que atacan a su hermana con llamados constantes para que les explique de qué están hablando las revistas y que cómo puede ser que la hija del vecino se hubiera enterado antes que ellas del noviazgo de su hermana. El problema es que Clara no tiene idea de qué decir porque ni siquiera ella está muy segura de saber qué es lo que pasa entre ellos.
Es domingo al mediodía cuando Facundo sale de bañarse del vestuario del club y le manda un mensaje a la rubia. Le da media hora para que se arregle antes de que la pase a buscar por su casa para poder ir a almorzar juntos. Cuando estaciona en la puerta del edificio, ella ya lo está esperando abajo.

A mitad del almuerzo, Clara decide mencionar el temita de las fotos. Él se ríe, porque le divierte que sea tan acelerada para hablar. Le dice que no puede creer que les hayan estado sacando fotos, que es muy raro haberse visto en una revista donde normalmente hay gente famosa, y un par de cosas más, aunque las ideas se le superponen. No termina de decir una cosa que ya está pensando en otra.

-Decí que todavía no saben del beso-La interrumpe sonriendo con picardía.

-¿De qué beso?-Le pregunta ella.

La sonrisa de él se ensancha aún más. Ella se la deja picando y él no deja una jugada sin terminar, así que acaba con la distancia que los separa y la besa. Por primera vez, desde que la conoce, Clara se relaja. Se besan lento, como si él fuera capaz de transmitirle toda su paz.

Iluso él, de creer que había ganado su revancha cuando logró sentarse aquél primer miércoles post boliche a compartir la mesa con ella. La verdadera victoria la encontraba ahora, saboreando sus labios, aunque se iba a tomar su tiempo para poder admitirlo. Porque además de pasivo, lo de los sentimientos a él mucho no le va.

No tiene idea de cómo va a seguir la relación entre ellos, pero ese domingo descubre que no quiere que su relación, tenga el título que tenga, sea excluyente de besos, porque Clara le resulta adictiva. No le da tiempo a separarse que se abalanza de nuevo sobre ella, y qué importa si hay cámaras cerca.
Es quizás en ese momento en que descubre su nueva pasión. Esa que tiene nombre y apellido y que lo va a marcar para toda la vida, sin importar el tipo de final que tengan. Clara es la loquita que lo vuelve loco. Sin embargo, tarda un par de semanas en aceptarlo.

Y cuando lo hace, no se lo dice a ella, de frente. Sino que lo confiesa, cerveza mediante, a Nicolás,
porque lo abandonó en la joda y porque es el que mejor lo conoce. Sabe que si quiere llegar a buen puerto, tiene que hablarlo con ella, pero no tiene idea de qué decirle, y tampoco quiere ser cursi.

Es por eso que se le presenta una tarde de sábado cualquiera en el departamento. La saluda con un beso y le dice que tienen que hablar. Las facciones de Clara cambian de la felicidad al susto sin escalas, y él la toma de la mano para tranquilizarla.

Se acomodan en el sillón, pero pasan algunos minutos y él no abre la boca. Ella empieza a perder la paciencia, y él se siente un nene de doce. Clara bufa, la incomoda la situación en la que están, así que prefiere ir a preparar el mate mientras él decide cuándo es hora de hablar.

-Me parece que me estoy enamorando de vos.-Lo suelta como si nada, mientras la agarra como si todo.

Clara siente que el mundo se detiene por un instante. O mejor dicho, su mundo. Lo mira a los ojos y sabe que está siendo sincero, y que de verdad no tiene idea de cómo encarar la situación.

-¿Te parece?-Le responde ella seria, y esta vez, el que cambia expresión es él-Porque yo estoy segura-Finaliza con una sonrisa.

Facundo sonríe como si fuera su cumpleaños, o mejor, como si hubiera ganado el trofeo más importante de su carrera, y es que quizás así lo hizo. Sabe que Clara no es un juego, aunque se la tuvo que ganar, pero si lo fuera, sería el partido que quiere jugar para el resto de su vida.

martes, 26 de febrero de 2013

Querido papá II


¿Cuánto tiempo, no? Después de tantos calendarios me animo a volver a escribirte desde una posición completamente diferente. Esta vez te escribo con una sonrisa en la boca y no con un nudo en la garganta.

A veces el tiempo no cura todo, pero sí merma las aguas. Hoy ya no dudo de la manera en la que te tengo que llamar, ya no dudo de lo que siento, ni de lo que debería sentir. Bueno, en cierta parte. No tengo dudas en lo que a vos respecta. 

Sí, sigue siendo una herida que no se cierra, creo que es de esas cosas que el tiempo no cura, pero por lo menos no lastima. Si me esfuerzo un poco, hasta te puedo ver sonriendo, donde quiera que estés ahora.  

Ya sé que perdimos el contacto por completo, pero entendí que no fue tu culpa y tampoco fue la mía. Te aclaro que hace rato entendí que no hay culpables en esta historia, pero hace poco junté el coraje suficiente para aceptarlo. Suele ser más fácil echarle la culpa a alguien. Pero sé que la salida más fácil es la que menos nos deja, y no puedo permitirme quedarme con nada.

Como te dije, ya no tengo dudas. Sé que te quiero, que te quise y que te voy a querer. Hoy y siempre, sin importar que tu imagen se me haya venido abajo. Nadie es perfecto, mi error probablemente fue creer que vos sí lo eras. Y te pido perdón. También te perdono, vos sabrás.

¿Quién iba a decir que las cosas iban a cambiar tanto? La felicidad no es eterna, pero hoy estoy feliz. Hoy sonrío y te digo que te quiero. También te digo que no me arrepiento de la primera carta, no me arrepiento de sentir. Quizás no fue la mejor forma, pero fue mi mejor forma.

Tampoco me arrepiento de lo que escribí, al contrario. Me alegra saber que hoy, viendo las cosas de otra manera, las cosas cambiaron de forma. Me alegra saber que hoy puedo escribirte esto sin verme obligada a nada. 

Me sonríe el corazón cuando me doy cuenta que puedo darme el lujo de extrañarte sin sentirme abandonada o dolida. Me agarra nostalgia, sí, pero hoy te recuerdo con una sonrisa y para mí es un avance inmenso.

Soy una montaña rusa de sensaciones, vos lo sabés mejor que nadie, y aunque me haga la boluda, hay fechas que todavía me desestabilizan. Tu cumpleaños se me escurrió de las manos, no me pasó inadvertido, pero no lo sufrí, y ahora se me viene encima el día en que sacaste tu boleto de ida y por primera vez (espero que sea la primera vez de muchas), no me aplasta.

Habrá que ver qué digo dentro de unos días, o cómo me siento. Todos sabemos que soy de las que siempre (dicen que) están bien, eso lo heredé de vos, creo.

Hace tiempo quería escribirte, o hablarte, o sentirte cerca, y hoy se dio. Te me estás apareciendo demasiado, sin querer queriendo, y supe que era el momento ideal. Quizás sea bueno que empiece a hacer esto cada tanto, cuando lo necesite.

Esta vez es más por mí que por cualquier otra cosa. Escribirte me hace bien, me hizo bien, desde siempre. Es la razón por la que hoy puedo ver las cosas desde otro lugar, es lo que me recuerda cómo me sentía y lo que me hace estar segura de cómo me siento.

Esta vez la huella la quiero dejar en mí, sin importar si esto te llegará alguna vez. Tampoco me importa si suena egoísta. Cada tanto es bueno pensar en uno mismo y este es mi momento y lo quiero disfrutar.

Aunque todavía me falten golpes, caídas, y crecidas, hoy te sonrío y espero que vos también estés sonriendo, desde donde quiera que estés en este momento.

Camila.

jueves, 21 de febrero de 2013



X

Epílogo

Jueves 24 (Por el facha: Ale)

Canción que nos identifica:

No me arrepiento de haber venido hasta acá,
De haber viajado (no sé cuántas horas) para volverlas a ver.
Y si estoy solo, voy escuchando su voz
Puedo dejar Canasvieiras, para volverlas a ver.
Y cuando llega la noche, me late el corazón,
Y cuando llega la noche…
¡La grulla se escapó!

Lo bueno de los epílogos es que no es necesario mantener las formalidades. Puedo escribir como se me cante (Chupate esa mandarina, formalidad) y lo que yo quiera. Ni siquiera es necesario que siga el hilo de la historia.

Bueno, supongo que es bueno para el que escribe, porque el que lee, si se compenetró realmente, debe tener la esperanza de llegar acá y encontrarse con un poquito más.

Lo curioso de esta historia es que no tiene remate. No es una gran historia de amor (bueno, tal vez sí, si se considera que flasheamos amor intenso), ni un drama, ni tampoco una gran aventura.

Tampoco tiene vuelta. Aunque me guste pensar que una parte de nosotros quedó allá para seguir bailando Pasarela, de Daddy Yankee y pasar el día disfrutando la paz que puede transmitir el ruido del mar, no puedo negar que la vuelta no es digna de ser escrita.

De las veintitrés horas de viaje, veinte se usaron para dormir. Y como toda despedida, fue triste por demás. Sin lágrimas pero con  el dolor de tener que dejar ir algo que ya hiciste tuyo.

Normalmente la gente se acostumbra y/o apropia de un lugar cuando ya pasó mucho tiempo ahí. Ferrugem, más específicamente Las Ondas, se encargó de convertirse en familia en apenas unos minutos. Porque hay lugares y gente que tienen esa capacidad, ese don.

Estar en casa incluso estando lejos. Las crónicas empezaron con una frase de una canción que me parece que hay que corregir: Me escapé del mundo yéndome al norte, y otra casa me esperaba allá.

Bueno, también empezaron como un chiste, un cuadernito con un par de frases, y terminó convirtiéndose en mi pasatiempo durante los ratos libres, terminé autografiando el ejemplar que tiene Vichu. ¿Quién lo iba a decir?

Jamás de los jamases pensé que algo tan chiquito, como la posibilidad de irnos todas juntas de vacaciones, pudiera terminar en algo tan grande, algo que va mucho más allá de estas cincuenta hojas de Word, o de esos siete días en Brasil.

Creo que después de estas líneas está de más contar lo horrible que fue volver al caos del conurbano. Por suerte todavía puedo escaparme a esos minutos de paz cada vez que (re)leo estas hojas.

También elijo dejarlos sin remate por otro motivo: Estoy esperando el reencuentro. Pero un reencuentro con todas las de la ley, no una salida improvisada a último momento, con la mitad del staff de actores brillando por su ausencia, ni una juntada tranquila porque ninguno se salvó del virus.

En fin, supongo que ya es hora de darle el cierre final, y haciendo una revisión, creo que lo único que me falta es agradecerles por una de las mejores semanas de mi vida en mucho tiempo.

Pensar que yo le ponía tan pocas expectativas a esos diez días, y se terminó convirtiendo en esto: En todo lo que escribí multiplicado por un millón y medio de felicidad, elevado a la décima potencia de risas. 

En algún momento de su vida, un genio (para mí) escribió “Cinco minutos bastan para soñar toda una vida, así de relativo es el tiempo”, esta vez yo no soñé, pero sí viví toda una vida en cinco minutos. Porque esos diez días, que yo creía que iban a durar una eternidad, se me escaparon de las manos sin siquiera pedir permiso, y fueron toda una vida a la vez.

Gracias.

Roxy.

miércoles, 13 de febrero de 2013

Crónicas (La Trata)


Me escapé del múndo yéndome al norte, pero otro mundo me esperaba allá.


Prólogo

Desde que tengo uso de razón soy fanática de los viajes, sobretodo de los que implican armar la valija y salir a conocer. Esos que te sacan de tu zona de confort, y que terminan siendo mucho más reconfortantes que cualquier otra cosa.
Tengo un título en “Armado de valijas a último momento”, y un doctorado en “La valija a punto de explotar”. Soy licenciada en “Poner toda la ropa del armario, por las dudas” e hice un curso de “Cómo llenar el bolso con cosas inútiles en cinco minutos”. Guarda, no es poca cosa.
Ahora que saben que están leyendo a una especialista en el tema, no creo que los modifique en absolutamente nada, pero quería recalcar ese pequeño detalle para que se entienda lo mucho que realmente me gusta viajar. Tal vez los ayude a creerme un poco más en cada línea que escriba sobre nuestra pequeña escapada a otro mundo.
También tengo un amor incondicional por el aeropuerto. No importa si soy la que viaja, la que llega, o solo la que espera, la energía que hay ahí es increíble. El encuentro de culturas, el sinfín de historias. Las despedidas y las bienvenidas. Todo formando parte de algo muchísimo más grande, de una aventura.
Aunque esta vez, la aventura me sorprendió lejos del aeropuerto, prácticamente en la otra punta del conurbano, y con un transporte completamente opuesto, muchísimo más terrenal. Un centro un poco más chico de despedidas, bienvenidas y esperas. Otra sede oficial de las mejores aventuras de nuestras vidas.  
Creo que mezclando un poco ese amor que le tengo a los viajes físicos, con la pasión que tengo por los viajes mentales, sale lo que me está dando la voluntad necesaria para escribir las próximas líneas que, espero, los mantengan entretenidos por un rato. Bueno, quizás es un poco entusiasta hablar tan en plural, sabiendo que son crónicas que serán públicas para una minoría muy minorista, pero sea quien sea el que esté leyendo esto, realmente espero que se entretenga leyendo tanto como nosotros, porque protagonistas somos varios, nos divertimos viviendo.