jueves, 21 de febrero de 2013



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Epílogo

Jueves 24 (Por el facha: Ale)

Canción que nos identifica:

No me arrepiento de haber venido hasta acá,
De haber viajado (no sé cuántas horas) para volverlas a ver.
Y si estoy solo, voy escuchando su voz
Puedo dejar Canasvieiras, para volverlas a ver.
Y cuando llega la noche, me late el corazón,
Y cuando llega la noche…
¡La grulla se escapó!

Lo bueno de los epílogos es que no es necesario mantener las formalidades. Puedo escribir como se me cante (Chupate esa mandarina, formalidad) y lo que yo quiera. Ni siquiera es necesario que siga el hilo de la historia.

Bueno, supongo que es bueno para el que escribe, porque el que lee, si se compenetró realmente, debe tener la esperanza de llegar acá y encontrarse con un poquito más.

Lo curioso de esta historia es que no tiene remate. No es una gran historia de amor (bueno, tal vez sí, si se considera que flasheamos amor intenso), ni un drama, ni tampoco una gran aventura.

Tampoco tiene vuelta. Aunque me guste pensar que una parte de nosotros quedó allá para seguir bailando Pasarela, de Daddy Yankee y pasar el día disfrutando la paz que puede transmitir el ruido del mar, no puedo negar que la vuelta no es digna de ser escrita.

De las veintitrés horas de viaje, veinte se usaron para dormir. Y como toda despedida, fue triste por demás. Sin lágrimas pero con  el dolor de tener que dejar ir algo que ya hiciste tuyo.

Normalmente la gente se acostumbra y/o apropia de un lugar cuando ya pasó mucho tiempo ahí. Ferrugem, más específicamente Las Ondas, se encargó de convertirse en familia en apenas unos minutos. Porque hay lugares y gente que tienen esa capacidad, ese don.

Estar en casa incluso estando lejos. Las crónicas empezaron con una frase de una canción que me parece que hay que corregir: Me escapé del mundo yéndome al norte, y otra casa me esperaba allá.

Bueno, también empezaron como un chiste, un cuadernito con un par de frases, y terminó convirtiéndose en mi pasatiempo durante los ratos libres, terminé autografiando el ejemplar que tiene Vichu. ¿Quién lo iba a decir?

Jamás de los jamases pensé que algo tan chiquito, como la posibilidad de irnos todas juntas de vacaciones, pudiera terminar en algo tan grande, algo que va mucho más allá de estas cincuenta hojas de Word, o de esos siete días en Brasil.

Creo que después de estas líneas está de más contar lo horrible que fue volver al caos del conurbano. Por suerte todavía puedo escaparme a esos minutos de paz cada vez que (re)leo estas hojas.

También elijo dejarlos sin remate por otro motivo: Estoy esperando el reencuentro. Pero un reencuentro con todas las de la ley, no una salida improvisada a último momento, con la mitad del staff de actores brillando por su ausencia, ni una juntada tranquila porque ninguno se salvó del virus.

En fin, supongo que ya es hora de darle el cierre final, y haciendo una revisión, creo que lo único que me falta es agradecerles por una de las mejores semanas de mi vida en mucho tiempo.

Pensar que yo le ponía tan pocas expectativas a esos diez días, y se terminó convirtiendo en esto: En todo lo que escribí multiplicado por un millón y medio de felicidad, elevado a la décima potencia de risas. 

En algún momento de su vida, un genio (para mí) escribió “Cinco minutos bastan para soñar toda una vida, así de relativo es el tiempo”, esta vez yo no soñé, pero sí viví toda una vida en cinco minutos. Porque esos diez días, que yo creía que iban a durar una eternidad, se me escaparon de las manos sin siquiera pedir permiso, y fueron toda una vida a la vez.

Gracias.

Roxy.

1 comentario:

  1. Fue la primera vez en estos casi cuatro años que no tuve que esforzarme para no ponerme mal. En serio, gracias.

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