sábado, 26 de diciembre de 2009

El heladero

La misma rutina de siempre: Levantarme (cosa que no significaba que estuviera despierto), luchar contra la gravedad y mi sueño para no llevarme nada por delante (La mayoría de las veces, yo era el perdedor), tambalearme hasta el baño, lavarme la cara, los dientes, hacer pis, volver a la pieza para cambiarme y por último, ir a desayunar.
Peinarme nunca había formado parte de mi rutina. Mi pelo tenía la costumbre de enrularse (ni mucho, ni poco) y mis peines tenían la costumbre de enredarse en mis casi rulos, por lo tanto, había descartado por completo la idea de peinarme.
Después de mi café con leche y tostadas con manteca, estaba listo para una jornada de trabajo en la heladería. Pirulo, así se llamaba. El dueño, mucho tiempo atrás, había sido uno de esos tipos que salen a vender pirulines a las puertas de las escuelas, a las plazas, y a cualquier lugar donde haya amontonamiento de personas de escasa edad, al son de "A los pirulines" y todo el mundo lo conocía como Pirulo, de ahí el nombre de la heladería para la cual yo trabajaba ahora.
José Pirulo Gómez era un tipo sumamente divertido, y los días en los que él decidía venir a visitar la heladería y ayudar un poco, en vez de ocuparse de la parte administrativa (porque heladerías Pirulo se había apoderado de grandes rincones de Argentina), era imposible no pasarla bien.
Ese día, con Buenos Aires a punto de llover, estaba todo demasiado tranquilo. Mi compañero había salido un rato a comprar unas cosas que necesitaba, aprovechando que no había ningún cliente, y yo me había quedado solo.
Estaba muy concentrado haciendo y deshaciendo pirámides de potes de helados, cuando escuché una voz a mis espaldas. La voz más dulce que jamás había oido. Lenamente me di vuelta y la vi parada del otro lado del mostrador. Con su melena larga y oscura, sus labios carnosos y sonrientes, sus ojos cálidos, y su voz angelical. Como si fuera poco, será que sos un ángel era la canción que sonaba de fondo en ese momento.
-Quería un cucurucho de diez pesos.-Me dijo entregándome el billete con una sonrisa.
-¿Qué sabores querés?
-Crema del cielo-Me dijo, y yo pensé "El sabor de los ángeles" y de repente escuché su risa. Había pensado en voz alta.-Gracias-Agregó con un poco de vergüenza.
-Perdón, soy un desubicado. ¿Algún otro sabor?
-Tramontana-Dudó un poco antes de decirlo.
Acababa de pedir mi sabor preferido. Se lo entregué, diciéndole algún comentario que no me acuerdo en este momento, y empezamos a hablar. Pasó casi una hora, hasta que el ruido de su celular, anunciando la llegada de un mensaje, nos bajó de la burbuja en la que nos habíamos metido. Se tenía que ir, pero yo no estaba listo para dejarla ir. Nos saludamos, y por un momento, pensé que ella tampoco quería irse.
-Podríamos volver a vernos, me divertí mucho, Fran-Me dijo con un poco de miedo, como si yo fuera capaz de decirle que no quería volver a verla.
-Dale, me encantaría-Respondí verdaderamente entusiasmado.
Ya pasaron ocho días desde aquel encuentro en la heladería. A ese encuentro le siguió otro a los dos días, y un tercero a los cinco días. Ahora la estoy esperando en un restaurant, y después nos vamos a ir a caminar por ahí.

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