jueves, 24 de diciembre de 2009

El chico del jardín de infantes

Si el chico del jardín de infantes hubiera aparecido antes, quizás todo sería completamente diferente. Capaz estarían de novios, capaz solo serían mejores amigos, capaz... pero no. El chico del jardín de infantes había llegado tarde y con miedo a enfrentar las cosas. Le había hablado de todo, de sus experiencias de vida y de las que soñaba tener algún día, de su familia, de sus amores y de sus desamores.
La había llevado a recorrer el mundo. Un mundo juntos, hecho solo para ellos dos. Lo recorrieron de la mano en menos de ochenta días, en más de un siglo. Se apoyaron en todo momento. Se enamoraron, y habían vivido una pseudo historia de amor. Era, por demás, falsa.
Ella le había contado de todo, y él la había escuchado. El chico del jardín de infantes, también le había contado de todo, y ella le prestó su oreja. Pero un día pasó. Un día, el chico del jardín de infantes no pudo seguir escondiendo la verdad, seguir viviendo en ese cuento de hadas, donde siempre existe el final feliz.
El chico del jardín de infantes ya no era un chico, ni tenía el complejo de peter pan. El chico del jardín de infantes era un hombre.
Y como hombre, había roto con su palabra. Le había prometido que nunca le mentiría, que nunca la lastimaría, y que nunca se iría de su lado.
El chico (ahora hombre) del jardín de infantes, de un día para el otro había desaparecido sin dar explicaciones, dejándola con el corazón destrozado. Ni siquiera se había molestado en mirar atrás, para ver, por última vez, al amor de su vida. Claro que no iba a mirar para atrás, no era lo suficientemente valiente como para llevarse, como última imagen, a la chica que amó desde antes de estar en el útero, completamente destrozada. No podía, ni quería. Estaba teniendo una actitud muy egoísta, y se odiaba por eso, pero más se odiaba por tenerle miedo a enfrentar la verdad de las cosas.

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